Nos exponemos a una de las epístolas más breves que hay en el NT, más breve
incluso que Filemón y Judas. Contiene 245 palabras. Nuestro primer pensamiento
es estar ante una carta que no ofrece mayores complicaciones; sin embargo, no
es así. El hecho de que escriba el
anciano a la señora elegida y a sus hijos (v. 1) ya invita de descifrar lo
que ello significa.
Siendo una epístola breve, es posible que haya sido
escrita en una sola hoja de papiro de tamaño estándar, debido a que pertenece a
lo que podríamos llamar un tipo de correspondencia privada convencional. En su
forma tradicional, sigue el clásico estilo epistolar de la época, vale decir,
con una introducción, un contenido central y una conclusión.
Asimismo, comparte temas muy similares con sus “hermanas”
(1 Jn. y 3 Jn.), como por ejemplo, el autor es identificado como el anciano (2 Jn. 1; 3 Jn. 1); el
anticristo (1 Jn. 2:18 ss.; 2 Jn. 7); el tema de la verdad y el amor (varios
pasajes de 1 Jn.; 2 Jn. 1–3; 3 Jn. 3, 4, 6); y la referencia al papel y tinta
(2 Jn. 12; 3 Jn. 13).
Parece importante destacar que 2 Juan es más cercana a 1
Juan en cuanto a contenido. Las ideas doctrinales tratadas son casi idénticas,
por cierto que en 1 Juan son más ampliamente tratadas. Algunos eruditos han
considerado que esta estrecha relación implica una de dos posibilidades:
primera, que 2 Juan sea un resumen de 1 Juan y, segundo, que 1 Juan sea el
cumplimiento de la promesa del autor de la epístola cuando dice que tengo muchas cosas que escribiros (v.
12). Con todo, no se hace necesario pensar de esta manera debido a que la
evidencia del mismo texto indica no he
querido comunicarlas por medio de papel y tinta …, pues esperaba hacerlo cara a cara. La tradición cristiana
sostiene que 2 Juan trata en breve lo que 1 Juan hace con amplitud.
Toda la correspondencia juanina (sus tres epístolas, el
cuarto Evangelio y el Apocalipsis) muestran la severa crisis por la que estaba
atravesando la iglesia en general y en particular las congregaciones que tenían
la influencia del gran apóstol del amor.
LA HISTORIA DE SU UBICACIÓN EN EL CANON
Por otro lado, es interesante pensar en la preservación
de este documento tan breve. En la historia del proceso de canonización de los
documentos del NT, el Canon Muratorio reconoce Primera y Segunda Juan (200 d.
de J.C.); en el Canon de Orígenes (250) forma parte de los Libros Disputados.
De la misma manera en el Canon de Eusebio (300), aun cuando se agrega el
concepto de ser “disputado pero conocido”. Para el año 397 en el concilio de
Cartago es incorporado en el canon del NT. Las razones principales de su
incorporación obedecen al hecho de reconocer que este es un documento escrito
por el apóstol Juan y a su vez se reconoce su calidad de documento inspirado y
de gran contenido espiritual. Así es el testimonio de Clemente de Alejandría,
Orígenes y Dionisio. El listado de Atanasio, que data del año 367 aprox.,
incluye las tres epístolas de Juan, listado que más tarde sería aprobado por
los concilios de Hipona (393) y el de Cartago (397). Asimismo, 2 Juan es
reconocida en el listado de libros del NT que la iglesia en África reconoce
(Canon Mommseniano de 360). Aprox en 508, en la Versión Filoxeniana (derivada
de la Peshita: Versión siríaca de la Biblia), se incluyó esta epístola de Juan
en el Nuevo Testamento (junto con otros libros tales como 2 Pedro, Judas y
Apocalipsis).
LA AUTORÍA Y DESTINO DE LA EPÍSTOLA
El autor de la epístola se describe a sí mismo como el anciano (comp 2 Jn. 1 y 3 Jn. 1).
Esto contrasta con las personalizadas epístolas que Pablo escribiera. No es
claro el uso del término anciano. Pero debemos admitir que el anciano era un personaje familiar y conocido para los
destinatarios de esta epístola. Si el concepto significara solamente “una
persona de edad o con experiencia” no es lo más relevante, sino más bien su
posición que según lo que se desprende de la epístola, es una posición de líder
u obispo.
No es de extrañar esta designación para un líder, ya que
en el judaísmo los distinguidos líderes y maestros de las comunidades
religiosas eran llamados “ancianos” (Mar. 7:3, 5; 11:27; Hech 4:5). De la misma
manera fue costumbre en las comunidades cristianas primitivas el designar a sus
líderes con el término “ancianos” (Hch. 11:30; 15:2; 1 Tim. 5:17; Tito 1:5; 1
Ped. 5:1).
Cuando el autor de esta epístola decide llamarse anciano y no hacer uso de su nombre no
solo está revelando que su posición entre las comunidades cristianas era
venerada sino que además asume una autoridad sobre sus lectores a quienes
conoce en una forma muy íntima (esto está claramente evidenciado en toda la
correspondencia que se ha identificado como material escrito por Juan). Además,
la fuerza de su instrucción revela su influencia y sentido de responsabilidad
que siente el autor por la comunidad cristiana. Se hace necesario agregar que
si bien su escrito tiene gran fuerza de autoridad no deja de mostrar ese
sentido de afecto y cariño que siente por los creyentes. Por ello, para el
autor de esta epístola, el título anciano
es apropiado.
Una mala interpretación del testimonio de Papías ha
conducido a la hipotética existencia de un “Juan el anciano”, el cual sería
distinto del apóstol Juan (comp. Eusebio: Historia
eclesiástica, tomo I, libro 3, cap. 39; e Ireneo: Contra los herejes, libro 5, caps. 33 y 36). La bien conocida
referencia de Papías a Juan el anciano incluye en esta referencia a un número
de los apóstoles a quienes designa bajo el mismo concepto de “ancianos” (los
apóstoles mencionados son Pedro, Andrés, Jacobo, Felipe, Tomás, Juan y Mateo).
Si esta tradición fuese válida, entonces Juan el anciano (distinto de Juan el
apóstol) sería un depositario y proclamador de la tradición apostólica,
contrario a la infiltración herética que experimentaban las comunidades
cristianas en la zona de Asia Menor.
Independientemente del hecho de querer establecer que
Papías quiso hacer una distinción entre Juan el apóstol y Juan el anciano, lo
real es que él no vio incongruencia en llamar a los apóstoles “ancianos”. De
modo que concluir que el “anciano” de 2 Juan y 3 Juan no sea el apóstol Juan
sería simplemente un error. En lo referente a los destinatarios de esta
epístola, la evidencia interna indica que está dirigida a la señora elegida y a sus hijos. El texto griego puede suponer a lo
menos cinco posibilidades de traducción: la primera puede ser “Electa Chyria”
(ambos términos como nombres propios); la segunda puede ser “Electa la señora”
(solo el primer término concebido como nombre); la tercera puede ser “la electa
Chyria” (donde el segundo término puede ser traducido como nombre); la cuarta
puede ser “la señora elegida” (como lo traduce nuestra versión); y la quinta
posibilidad puede ser “a una señora elegida” (puesto que el texto griego no
tiene la presencia del artículo definido).
De todas estas posibilidades la que más interpreta el
sentido de la epístola es la traducción de nuestra versión, es decir la señora elegida, toda vez que la
intención del Apóstol al escribir es evidentemente específica. Sin embargo, se
hace necesario preguntarse: ¿Quién es esta señora
elegida?
Hay una teoría que indica que se trata de una persona
conocida para el Apóstol Quienes sostienen esta posición argumentan lo
siguiente: en primer lugar, una lectura simple del documento permite este obvio
entendimiento de las palabras escogidas para este documento; segundo, que la
referencia a los hijos de la señora es claramente inteligible si ellos ya son
mayores; tercero, el saludo del v. 13 que dice los hijos de tu hermana elegida te saludan están dentro de esta
tonalidad y, por lo tanto, deben ser considerados literalmente. Según esta
interpretación, el Apóstol se dirige a una distinguida señora cristiana, a
quien le advierte de los peligros de la falsa enseñanza, incluso exhortándole a
que no les de la bienvenida en su casa e indicándole su interés en irle a ver
pronto.
La otra teoría sostiene que la señora elegida y sus hijos
es una personificación de la comunidad cristiana. Sus argumentos son los
siguientes: primero, que no es una señora distinguida a quien el Apóstol
manifiesta su amor, sino a todos aquellos que son conocedores de la verdad, lo
que indica que esta comunidad cristiana era una comunidad conocida por muchos;
segundo, no hay mención de nombres específicos ni para ella, ni para sus hijos,
ni para su hermana, ni para los hijos de su hermana (véase los versos 1 y 13)
lo que indica que no es una epístola dirigida a un individuo; tercero, el
contenido central de la epístola es más apropiado para una comunidad que para
un individuo; cuarto, el uso prominente del segundo pronombre personal
“vosotros” (plural) en vez del segundo pronombre personal “tú” (singular)
indican que a quienes está dirigida la epístola es más una comunidad que una
familia; quinto, la aplicación del nuevo
mandamiento del Señor referido en el v. 5 tiene más aplicabilidad si se
entiende en el contexto de relaciones con una comunidad que con una familia; y,
sexto, no es la primera vez que se personifica a la iglesia en forma femenina
(Efe. 5:29 ss.; 2 Cor. 11:2 ss.; 1 Ped. 5:13).
Reconociendo la dificultad de identificar con precisión
los destinatarios de este breve documento, y entendiendo que ambas teorías
pueden ser viables, para el autor de este comentario la señora elegida es una personificación de una comunidad cristiana
ubicada geográficamente en un área del Asia Menor.
LA OCASIÓN QUE ORIGINA LA EPÍSTOLA
De la correspondencia juanina (el cuarto Evangelio y las
tres epístolas) se puede deducir que las iglesias que estaban bajo la
influencia doctrinal del apóstol Juan estaban compuestas por dos grupos de
creyentes. Por un lado, estaban los cristianos de origen judío quienes había
profesado su compromiso con Jesús pero seguían sintiendo un grado de lealtad
hacia el judaísmo. Para ellos era difícil entender y aceptar el mesianismo de
Jesús y estaban muy apegados a la ley, a la que le daban un lugar de mucha
importancia y honor. Es posible que este grupo sea el que se conoce en la
historia del cristianismo como los ebionitas.
La otra composición de las iglesias era de cristianos
helenistas (incluidos judíos que vivieron en el mundo helenista) que venían con
el trasfondo religioso del mundo pagano y que mantenían la influencia de
aquellas creencias consideradas sagradas en el sistema helenístico acerca de la
salvación. Este esquema de salvación, sostenido por los helenistas dependía del
dualismo (gnosticismo). A este grupo de cristianos les resultaba difícil
aceptar la humanidad real de Jesucristo, considerando que la persona de Jesús
solo era una “apariencia” y no una realidad.
Sobre este particular se puede identificar la postura del
docetismo, incluso la enseñanza sostenida por un maestro gnóstico llamado
Cerinto. Digamos, para los efectos de nuestro entendimiento, que aunque las
indicaciones neotestamentarias sobre el gnosticismo son muy incipientes, no por
ello son insignificantes. En los días de los apóstoles había maestros que,
tomando impulso del judaísmo, se dejaron influenciar por especulaciones con
respecto al tema de los ángeles y espíritus, especulación que tuvo por característica
principal un falso dualismo (la materia es mala, el espíritu es bueno) el cual
condujo a un ascetismo extremista, por un lado, y a un libertinaje inmoral por
otro lado (comp. Col. 2:18 ss.; 1 Tim. 1:3–7; 4:1–3;
6:3 ss.; 2 Tim. 2:14–18; Tito 1:10–16; 2 Ped. 2:1–4; Jud. 4, 16; Apoc. 2:6, 15,
20 ss.).
También hubo una tendencia hacia la especulación
filosófico-religiosa, de la cual Cerinto es su máximo exponente, en donde se
distingue al Jesús hombre del Cristo (es decir, el Cristo vino a morar en Jesús
hombre al momento de su bautismo y lo abandonó momentos antes de su sacrificio
en la cruz del Calvario), entendiendo al Cristo como un espíritu superior
(comp. Juan 1:14; 20:31; 1 Jn. 2:22; 4:2, 15; 5:1, 5, 6; 2 Jn. 7).
A partir de este postulado doctrinal (que primero fue
especulativo, luego fue un postulado popular y se transformó en un movimiento
sincretista), que distingue el mundo material del mundo espiritual, Dios, que
es el Supremo Espíritu, no pudo haber creado las cosas y los seres humanos en
forma directa, sino que hizo uso de “seres intermedios o eones” para poder
ejecutar su obra creadora. Aquí entra en la escena un personaje llamado el
Demiurgo, quien es identificado por el gnosticismo como el Dios del AT, un ser
inferior al Espíritu Supremo, el cual se da a conocer en el Cristo del NT que
toma posesión del hombre-Jesús.
La lucha que sostiene el alma del hombre con la presencia
del mal revela la existencia del mundo de la pureza, ya que la realidad del
mundo en la que el hombre vive solo habla del mal (porque es materia). La
victoria sobre el mal solo se logra a través del envío de un emisario que viene
del mundo de las luces. Ese emisario es identificado con el Cristo (no con
Jesús). El tener participación en este “acto de redención” solo era posible a
través de los ritos secretos del gnosticismo. Esto, según el gnosticismo, era
conocimiento avanzado (vea el comentario sobre el v. 9). Por ello, la doctrina
del material juanino tiene como elemento cardinal un balanceado entendimiento
de la persona de nuestro Señor Jesucristo, a saber Dios-Hombre.
De manera que para el momento en que escribe Juan sus
epístolas, la situación parece estarse desarrollando con una fuerza casi
insospechada. La fricción ha aumentado, y la polarización de los puntos de
vista cristológicos estaba en todo su proceso, así que aquellos que tenían un
“bajo concepto” cristológico se inclinaban hacia una posición ebionista (judía)
y quienes tenían un “alto concepto” cristológico llegaban más claramente a una
posición gnóstica (docetismo); la separación era una realidad y las
implicancias éticas en ambos casos comenzaba a emerger, con un fuerte énfasis
en la ley, en el sector judío (comp. 1 Jn. 2:7, 8; Gál. 3:5), y una
indiferencia hacia una conducta correcta, incluido el amor, como característica
de los adherentes al helenismo (1 Jn. 3:10, 11; 2 Ped. 2:19).
Es fácil de entender que al chocar todas estas
interpretaciones con la ortodoxia de Juan, se provocaron divisiones que
obligaron a estos creyentes a abandonar la comunidad cristiana ya que sus
postulados no tenían lugar en su seno.
FECHA DE COMPOSICIÓN DEL MATERIAL JUANINO
Asumiendo que las epístolas de Juan fueron escritas
después del cuarto Evangelio (posiblemente escrito en el año 85 d. de J.C.),
entonces estas tienen que ser ubicadas dentro de la última década del siglo
primero. La mayoría de los eruditos reconocen que el material juanino está
dirigido a la comunidad cristiana en la región del Asia Menor, donde Éfeso era
su capital y centro geográfico de la comunidad cristiana influenciada por la
doctrina de Juan. En semejante ambiente se pudo haber desarrollado la
controversia con el judaísmo y el helenismo, además de la presencia de
sincretismo religioso en la región lo cual favorecía ampliamente las tendencias
heréticas que se ven en estas epístolas.
LOS VALORES DEL MATERIAL JUANINO
El material juanino contiene verdades doctrinales,
eclesiológicas y éticas que trascienden en el tiempo y que son pilares
fundamentales para el cristianismo de todos los tiempos, a saber, que
Jesucristo es Dios-Hombre; que la justicia y el amor son indispensables para el
cristiano que procura, como hijo de Dios, andar en la luz; y que la unidad, aun
cuando es flexible, es una demanda impuesta sobre todas las iglesias. Por eso,
esas verdades son consideradas “católicas”, es decir universales, porque su
contenido es indispensablemente necesario para la vida de la iglesia en todas las
edades.
1. Identidad del
autor y sus destinatarios, vv. 1, 2
2. La bendición
apostólica, v. 3
II. CONTENIDO DE LA EPÍSTOLA, vv. 4–11
1. Una calidad de
vida regida por la verdad, vv. 4–6
2. Una advertencia
ante el error inminente, vv. 7–11
III. CONCLUSIÓN, vv. 12, 13[1]
[1] Cevallos, J. C. (2009). Comentario
Bíblico Mundo Hispano, Tomo 24: 1, 2 y 3 Juan, Apocalipsis. (pp. 77–83).
El Paso, TX: Editorial Mundo Hispano.